Y simplemente pasa que...

…el prejuicio es la estación donde se aloja la ignorancia. Lo afirmo con conocimiento de causa. Hasta el 24 de diciembre de 2023, Tan Biónica era para mí un grupito con un par de hits: Ciudad mágica (que había escuchado casi con vergüenza un par de veces por YouTube) y La melodía de Dios, que probablemente escuché incompleta.
Esa Nochebuena, Laura, mi hija mayor, puso en la tele La última noche mágica en River, que –paradójicamente- se convirtió para mí en la primera. Entre charla y comida, desviaba la mirada hacia la pantalla, movía los pies y clavaba los oídos en algunas melodías que, para qué negarlo, me sonaron muy atractivas.
-Tienen algunos temas interesantes- tiré a media voz, casi al descuido.
-Yo nunca te recomiendo mala música- chapeó Laura. Con fundamentos, es cierto.
Vengo de los '70, del rock más combativo, el sinfónico, pasando por el glam, el metal, la psicodelia, el punk, el country, la new wave, el pop, el tecno, la música progresiva, Charly, Spinetta y, más para acá, Cerati. Soy rollinga y mi banda preferida es The Kinks, que para muchos suena a marca de desodorante.
Escucho tango (Gardel es mi emblema), folklore, clásico (de Chopin a Tchikovsky, parando en todas) y cualquier música que cumpla con los tres requisitos básicos (García dixit) para considerarse tal: ritmo, armonía y melodía.
Pero… como buen rockero argento prejuicioso, Tan Biónica me sonaba a peste. Bastó que le pegara unas escuchadas a Canciones del huracán, Obsesionario y Destinología para coincidir plenamente con la sentencia de Bebe Contepomi: "Chano es el mejor compositor argentino de los últimos veinte años".
El lamento de mi hija ante el River perdido se encontró con mi inesperada promesa: "El próximo concierto vamos juntos. Yo invito".
El 4 de agosto de 2024, en el Movistar Arena, fui uno más de una fiesta difícil de explicar, aunque labure con palabras. A veces no alcanzan.
Tengo mucho rock sobre el lomo como para sorprenderme con el fervor del piberío. Sin embargo, me sorprendí. Tanto como cuando, en el segmento acústico, en una tarima muy cerca de mi ubicación, el tipo habla de Borges y del Poema de los dones y, cual misa pagana, la multitud escucha en respetuoso silencio un fragmento. Explica metáforas y revela que fue su mayor influencia para componer Poema de los cielos, canción de inconmensurable belleza, con la que arrancó después.
Groso, demasiado groso como para que la ignorancia que genera el prejuicio siguiera coartando mi posibilidad de sentir antes que juzgar. En este eterno Boca-River que vivimos en todos los planos en la sociedad argentina, lo que habitualmente queda en el medio es el placer, el encuentro, la alegría.
¿Quién de nosotros no buscó ayeres en hoy? ¿Tu casa alguna vez no fue un desastre y tu vida un poco más? En todos los barrios que viví merodean historias de enanos de jardín, cada tanto creo que el olvido es una fantasía, aun cuando tema, a veces, la llegada del sol pensando que, quizá, amanezca y se nos vaya la vida.
Puede que Tan Biónica funcione así. Con la poética sencillez de lo cotidiano y la alegría de festejar la vida que a veces nos muele a palos y otras nos da un beso en la boca. Pero también nos otorga chances: "Todos los días del mundo existe una forma de resucitar".
Como si fuese poco, estos meses de conversión biónica, las canciones de Chano y sus amigos me acompañaron en la escritura de un guión cinematográfico muy complejo, donde el protagonista bien podría preguntarse: "¿Qué pasó anoche? No sé. Mi alma hizo las valijas y se fue". Porque, entre otras cosas, de eso va la historia, básicamente. De recomponerse, de ir emparchando fisuritas, de cómo la noche se lleva el sol y nos deja un par de estrellas.
El marco del imponente show de lásers y efectos especiales es funcional a una propuesta donde se respira autenticidad. El frontman cuenta su vida en las canciones, en los diálogos con el público o en confesiones sobre el escenario sin careteo alguno.
Desconozco si es intuición o deseo, pero creo que asoman nuevas canciones, quizá otro disco, más conciertos, y más rockeros prejuiciosos conversos al único arte que nunca nos deja a gamba, aunque afuera esté todo mal: la música.